Durante noviembre, mes tanatico por excelencia, encontramos en nuestro continente toda una serie de celebraciones relacionadas con la muerte, siendo el 2 de noviembre “día de los muertos” la fecha más significativa, que se corresponde con la fuerte raíz católica de nuestro territorio en sincretismo con las culturas existentes y preexistente, a la llegada de la cultura europea. En este sentido, podemos pensar estas festividades como eminentemente mestizas.
Sin dudas México se caracteriza por esta festividad por sobre los demás países de Latinoamérica, pero tanto en Ecuador, Perú como en Bolivia y Guatemala es una fecha de suma importancia.
Para las culturas Quechuas y Aymaras se conoce esta celebración como Aya Markay Quilla, que en los festejos previos a la invasión europea, era el día donde la comunidad llevaba en andas el esqueleto del Inca. Según la tradición andina, durante los dos primeros días de noviembre, las almas de los difuntos vuelven para abastecerse de lo que preparan los vivos después de un período de restricciones, y en recompensa, ofrecerán sus dones para lograr una abundante cosecha. El sincretismo entre el “Aya Markay Quilla” y el “día de los Muertos” se produce porque cerca de esta fecha, comienza el tiempo denominado como tiempo femenino de jallupacha, o tiempo de las lluvias, las cuales son transportadas por los ajayus (almas) de los muertos. Esta celebración, es un portal que permite el encuentro entre el mundo de los vivos y los muertos, entre el pasado y el presente. Mas allá de las particularidades de cada país, en todas estas celebraciones hay un fuerte componente comunitario, donde los cementerios se transforman en lugares vivos, compartidos, de intercambio.
¿Por qué una editorial del día de los muertos? Porque a los males históricos de nuestro continente se le sumó una pandemia nefasta que desbastó a nuestros pueblos. Si bien esta crisis sanitaria fue global, Latinoamérica siempre carga con una cuota de injusticia y desigualdad estructural donde la muerte se presenta estadística y fácticamente antes de tiempo, como resultado del estado de las cosas o como resultado de las cosas del Estado. Los muertos prematuros se transforman así en muertitos queridos, amados, que esperan cada 2 de noviembre para ir en busca del pan y el abrazo arrebatado.
Como toda festividad innegablemente popular y tan representativa de nuestra cultura mestiza, goza de muy poca popularidad en los medios masivos de comunicación, y en inversa proporción hay un fuerte despliegue mediático de Halloween como estética globalizante que se instala año a año en nuestros países. En este sentido, la definición de quien es el muerto y como nos relacionamos con él, es una definición eminentemente política. A diferencia de la paranoia Hallowidiana (¿hollywoodiana?) que nos presenta a los muertos como seres que atemorizan y nos atacan, con la emblemática imagen del “zombie”, en las celebraciones latinoamericanas el muerto es un ser que sigue siendo amado, y que además nos trae la lluvia, y con ella la continuidad del ciclo de la vida.
El zombie horroroso de Halloween no se parece en nada a nuestros muertos queridos, sin embargo, bien podría funcionar como metáfora de lo que nos sucede estando vivos cuando nos condenan al hambre y la pobreza, cuando perdemos nuestros derechos de ciudadanía buscando comida en un basural, cuando nos prostituyen el cuerpo y el alma, cuando somos transformadxs en el muerto-vivo, en el descarte del capitalismo, cuando sobrevivimos por “la caridad de quien nos detesta”[1].
Desde nuestra concepción radicalmente latinoamericana, dedicamos con profundo amor y respeto esta edición a los muertos por Covid en todo nuestro continente, y en especial a los del pueblo brasilero víctimas no solo de una pandemia sino también de un pandemonio, que condenó a muerte a una gran parte del pueblo brasilero.
Para y por todxs ellxs, nos juntaremos en comunidad, haremos escaleras de pan de niños (Tantawawa) y les ofreceremos nuestras plegarias, cantos, bebidas espirituosas y muchas flores de todos los colores y aromas de nuestro hermoso continente. A cambio, les pedimos que nos traigan lluvias para seguir celebrando el amor, la vida y la lucha.
[1] Arnaldo Brandao/Cazuza “O tempo não para”1988