Por: Rodrigo G. M. Silvestre
Nuestra ascendencia está profundamente relacionada con la forma en que comemos. De dónde proviene nuestra nutrición, cómo la obtenemos, preparamos y consumimos dice mucho sobre nuestra cultura. En este sentido, la colonización sudamericana está marcada tanto por la usurpación de productos como el maíz y la papa, que sirvieron tanto para la expansión y el mantenimiento humano como lo conocemos, como por la introducción de hábitos alimenticios extraños que, además de disociar el Latinoamericana de su cultura, incluso introdujo provisiones calóricas inadecuadas que llevaron a contingentes enteros de la desnutrición directamente a la obesidad.
La contemporaneidad ha traído un interesante paralelismo entre la nutrición alimentaria y la adquisición y consumo de información. En él, quizás, reside la nueva forma de dominación que experimentan los territorios colonizados.
En el libro de Clay A. Johnson The Information Diet: A Defense of Conscious Consumption, se hace esta comparación. El autor señala que los seres humanos modernos dedican 11 horas de su día a un consumo constante de información. No solo alimentarse, sino devorar información continuamente expulsada de los dispositivos electrónicos que tanta ama. Así, según el autor, así como podemos volvernos obesos mórbidos por ingerir azúcar, grasas y harinas, también nos volvemos glotones de textos, mensajería instantánea, correos electrónicos, feeds RSS, descargas, videos, actualizaciones y tweets.
Concluye señalando que el ser humano moderno se enfrenta a una tormenta de distracciones, siendo bombardeado por notificaciones sin parar y tentado por pequeñas dosis de información apetitosa. Entonces, así como un exceso de alimentos poco saludables puede resultar en obesidad, demasiada información sin contenido puede fácilmente hacernos ignorantes.
Para los latinoamericanos, este riesgo es aún mayor, porque pueden volverse ignorantes y “obesos” de información que ni siquiera pertenece a su contexto o refleja su cultura. Como el cacao que sale de Bahía para convertirse en chocolate en la industria suiza, y regresa despersonalizado para el consumo en una población ribereña de Pará, que apenas tiene agua tratada, pero que rápidamente se vuelve obesa por el consumo “fácil y accesible” de productos hiperprocesados. El resultado negativo será para el sistema local de salud mientras que las ganancias serán repatriadas al paraíso fiscal más ventajoso.
Al mismo tiempo, ocurre el mismo fenómeno con la información, ya que las plataformas de redes sociales con capital internacional poco o nada se preocupan por quién consume masivamente su información, siempre que den cuenta de una gran cantidad de sus interacciones y puedan mantener los enormes contratos publicitarios en de los que dependen. El engorde del latinoamericano no ocurre al mismo tiempo que el reparto de los extraordinarios beneficios que brindan estas innovaciones.
Es fundamental hablar sobre nuestros hábitos de consumo, sobre todo si pretendemos recuperar los valores de una vida sana y feliz que valoraban nuestros antepasados. La colonización del pensamiento es incluso más dañina que la colonización por alimentos (aunque se unen e interrelacionan). Es necesario combatirlo recuperando el contenido y la diferenciación entre lo que pertenece a nuestro contexto cultural y lo que no.
La velocidad del consumo de información, así como la velocidad del consumo de calorías, solo resulta en daño para el cuerpo y la mente.
No es indiferente consumir 100 calorías de aguacate sembrado en el territorio, y 100 calorías de chocolate producido por la multinacional. No solo por la naturaleza de la nutrición, sino también por lo que representa el acceso a cada uno de estos tipos de productos. Asimismo, consumir 100 bytes de información producida por el periodista o autor local no es lo mismo que consumir 100 bytes enviados por el robot de inteligencia artificial de Facebook. Cada uno representa un contexto de acceso muy diferente.
La colonización de alimentos y pensamientos es la forma de dominación permanente que los latinoamericanos debemos desafiar de manera permanente y feroz. Solo a través de la producción local de alimentos e información, incluso si se inserta en una perspectiva global, puede realmente convertirnos en una región libre y activa.
Los actuales movimientos de desinformación que han llevado a la humanidad de la posverdad a la mentira tienen sus raíces en la colonización de alimentos (entre otros). Desde que nos convenció de que la “papa francesa” o el “maíz de Monsanto” nunca nos pertenecieron. Y que gracias a la industria y la colonización tuvimos acceso a estos manjares que tanto consumimos hoy.
En el otro frente, la desinformación introduce en nuestros adictos a la información, obesos con pensamientos vacíos, una colonización que propone que los latinoamericanos no tengan espacio en la geopolítica internacional, que simplemente esperen pasivamente los contramovimientos conservadores que llegan profusamente por las redes sociales. De ello se desprende que los líderes arrogantes, pseudoliberales y conservadores con hábitos de misoginia, xenofobia y beligerancia son parte de un proceso natural. No podíamos escapar de ella, ya que es el acceso que permiten los colonos, con su poder financiero e institucional.
Un error, América Latina es, en muchos casos, la cuna de estos hábitos y en ese rescate radica la fuerza para la lucha. ¡La reanudación de la conciencia sobre el ancestro común, sobre las divergencias y especialmente hacia los caminos hacia una identidad común, es el camino hacia la descolonización y hacia el pleno ejercicio del poder de los pueblos latinoamericanos!
¡Seamos saludables en el consumo de alimentos e información y reconstruyamos nuestras relaciones con estas dimensiones de nuestra vida para llevar a cabo un proyecto común de felicidad!