Por: Julia Lombardi
Desde marzo del año pasado hasta el día de hoy, absolutamente todos los Estados del globo se vieron fuertemente exigidos y demandados frente al desborde sanitario. Lo que hemos presenciado -principalmente en el reparto de vacunas- fue la profundización de las desigualdades entre los continentes, producto de las relaciones históricas de dominación.
En el caso Latinoamericano la propagación del virus nos encontró en un total desorden estatal. Para el año 2020, ya había quedado atrás la experiencia de la unidad latinoamericana planteada por Chávez, Lula y Néstor del año 2005, en el histórico “No al ALCA”, donde se alineaban Venezuela, Brasil y Argentina, conformando un nuevo bloque de poder político desde la Antártida al Orinoco. Si bien este fue un hecho excepcional dentro de la historia de nuestro continente, fue la posibilidad de la experiencia concreta de que otro mundo y otra Latinoamérica es posible.
Esta gran alianza que abrazó a la gran mayoría de los países de América del Sur en los primeros diez años del siglo XXI, fue sintetizada a través de diversos conceptos como “populista”, “progresista”, gobiernos de izquierda nacional, etc. Difícilmente exista un concepto que pueda expresar en toda su diversidad y matices las experiencias latinoamericanas de este periodo, y toda generalización deja afuera los procesos tan particulares de cada uno de nuestros pueblos. Pero a fin de poder pensar este proceso de forma unificada, y haciendo una abstracción, aquí definiremos a estos gobiernos como “Nacionales y Populares”, basados en una fuerte centralidad del Estado, en articulación con las organizaciones de la sociedad civil (viejos y nuevos movimientos sociales), que se ordenan a partir de tres grandes ejes: la soberanía política, la independencia económica y la justicia social1.
Estos gobiernos nacionales y populares, (por diferentes factores que su análisis excede este escrito) comienzan un proceso de repliegue hacia 2010, podríamos tomar como hito histórico los golpes de Estado de Honduras (2009) y Paraguay (2012), donde se inicia una fuerte avanzada de Estados Unidos sobre las democracias de nuestro continente.
La ofensiva norteamericana se dio de forma bien clara en el caso de Venezuela, a través de amenazas directas y del bloqueo económico. En Bolivia fue a través de la injerencia en las elecciones presidenciales, y para el resto de los países se aplicaron una serie de estrategias, como el lawfare o guerra judicial, a través del abuso del aparato judicial articulada con la manipulación de la opinión pública operada por los medios de comunicación y redes sociales.
El resultado de estas estrategias trajeron inestabilidad social en Venezuela, el golpe de Estado (clásico) en Bolivia, la llegada a la presidencia de Jair Bolsonaro, producto del encarcelamiento de Lula Da Silva, a través de una proscripción de hecho del partido
1 Categorías analíticas de la doctrina Justicialista, de Juan Domingo Perón
mayoritario, y de forma más “blanda” la llegada a la presidencia de Mauricio Macri, expresión de la extrema derecha liberal argentina, entre otros acontecimientos.
De esta manera se comienza a experimentar en nuestro continente el retorno del neoliberalismo en lo económico, con un fuerte giro conservador en lo social, volviendo la realidad latinoamericana cada vez más represiva. Esto llevará a una polarización cada vez mayor, lo que en Argentina denominamos como “la grieta”. Esa grieta que representa dos modelos antagónicos de país y de continente. Grieta que se abre cada vez más y que va pariendo grandes procesos sociales como el boliviano o chileno, y también monstruos como Bolsonaro.
Esta grieta comenzó con la experiencia colonial, y seguirá existiendo en la medida que sigan intactos los enclaves coloniales, sostenidos por toda una serie de dispositivos -desde normas jurídicas, usos y costumbres, agentes coloniales que hacen lobby, etc-, pero principalmente a través de los Estados. En este sentido, tanto para unos como para otros, de los dos lados de la grieta, sigue siendo fundamental la disputa por el Estado, como bien plantea Alvaro Garcia Linera, en Latinoamérica encontramos dos formas de Estados contrapuestos:
De un lado de la grieta -la derecha latinoamericana-, El Estado es concebido como un Estado aparente, como acción deliberada de los gobernantes y de su institucionalidad de crear un apartheid social, donde los derechos, lo universal, la unidad es de unos pocos y el resto son simplemente estorbos de la convivencia y de la civilidad construida en cuatro paredes. En este tipo de Estado el poder se concentra en una región y el resto de las regiones son dejadas
de lado quedando bajo el mando del patrón, hacendado, jefes mafiosos, etc. que se asumen ellos mismos como Estado. Aquí se abandona la soberanía de su territorio y se concentran los derechos, la toma de decisiones y los beneficios colectivos en un par de lugares centralizados al margen del resto de la territorialidad que supuestamente le pertenece al Estado.
El avance de estos gobiernos liberales-conservadores, y la implementación de estos Estados aparentes, tienen como resultado directo la desorganización profunda de la vida colectiva. No solo porque dejan de dar respuesta a las demandas sociales, que en el caso de la pandemia fueron bien claras, sino que además abandona la voluntad soberana sobre los territorios dejando a merced del destino a grandes porciones de la población. Un claro ejemplo de esto es Bolsonaro en Brasil, que dejó a la deriva al pueblo brasilero en medio de la más grande crisis sanitaria de nuestra historia contemporánea, cobrándose la vida de miles de brasileros y brasileras. La vida así se vuelve insostenible, inviable, incierta, toda nuestra energía quedará abocada al mero hecho de sobrevivir, y necesariamente esto traerá como consecuencia directa el empobrecimiento de la vida colectiva.
Del otro lado de la grieta -los proyectos políticos populares y nacionales- comprenden al Estado como comunidad, como lugar de igualación, donde se disuelve lo individual en una comunidad política general y como lugar donde se piensa y se actúa por todos. Pero como bien plantea Linera -desde la mirada marxista-, esta comunidad siempre es ilusoria, entonces ¿Cómo superar esta ilusión donde unos pocos toman decisiones por los demás mostrando que son decisiones de todos? Para ello Linera rescata el concepto de Gramsci de Estado integral.
El Estado integral sería el momento en que la sociedad absorbe las funciones unificadoras del Estado, y en que el Estado va transfiriendo a la sociedad funciones de gobierno. El Estado deja gradualmente el monopolio de la coerción y va igualando material y realmente a la sociedad. Este concepto de Estado nos permitirá salir de la disyuntiva entre el reformismo y la militancia testimonial, en palabras de Garcia Linera “Si quieres eficacia, entonces estás en el Estado, pero (este) te puede comer. Te sales del Estado, entonces pierdes eficacia, pero mantienes pureza”. Esta idea de Estado entiende que es desde la sociedad que se construye poder, pero ese poder se consolida y se cristaliza desde el Estado, entendiendo al Estado como un momento de la sociedad, y teniendo en cuenta permanentemente que ese momento es ilusorio y tiene que ser transformado desde la propia sociedad. Sociedad y Estado entonces, son una unidad.
Ahora bien, ¿que venimos viendo desde marzo de 2020 hasta acá? que la pandemia encuentra a Latinoamérica en un gran desorden estatal, producto de los “Estados aparentes” como Chile, Brasil, Colombia; y por otro lado, Estados que lograron reenmarcarse en gobiernos populares -como México, Bolivia y Argentina- pero en territorios arrasados por políticas económicas y sociales profundamente regresivas.
Es necesario entonces, en primer lugar, disputar el Estado, salir de la pureza ideológica, porque en América latina no tener un Estado integral con fuertes políticas públicas se paga con vidas humanas, de las cuales las más afectadas pertenecen siempre a los sectores más vulnerables. Para conseguir esto apelamos a lo que las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo denominan como Memoria fértil2. Latinoamérica tiene memoria, tiene un registro de un pasado muy cercano de Estado integral, de orden social, de un continente que supo encontrar su destino.
En segundo lugar, es necesario tener presente que aún si se volviera a consolidar un bloque político nacional y popular en latinoamérica, estamos en otro contexto global, bien diferente a los años del “No al ALCA”, y también recordar que los pueblos nunca vuelven iguales de las grandes tragedias. Aunque se recupere el Estado, ¿cuál es el horizonte? ¿Cómo se va desarrollando esta relación dialéctica entre Estado y sociedad civil? ¿Cuál será la relación entre el Estado y los sindicatos frente al descomunal desarrollo tecnológico/robótico que viene a desplazar a millones de trabajadores y trabajadoras? ¿Cómo será esta relación con las asambleas, los movimientos sociales con nuevas demandas en este mundo en ebullición? ¿Cómo sostener estos procesos frente a la aguda crisis en la que nos deja la pandemia? ¿Cómo defender y proponer políticas ambientales cuando los recursos naturales son nuestros medios de producción y hábitat al mismo tiempo? ¿Cómo nos posicionamos frente a la nueva reorganización del poder mundial?
Es necesario volver al orden, al Estado integral, para consolidar un bloque de poder latinoamericano que negocie con las potencias mundiales de forma soberana. Hay que superar las dificultades de integración económica, principalmente allí donde somos competidores, y rever las prácticas imperialistas hacia el interior del continente. Pero principalmente hay que volver al Estado integral para lograr una fuerte base de justicia social para nuestros pueblos, principio y fin de nuestros sueños.
Otro mundo es posible.
2 La memoria fértil introduce la posibilidad de, a partir de una narrativa sobre un acontecimiento pasado, plantear las condiciones para generar una diferencia cualitativa en el presente. La memoria fértil es fiel a lo acontecido no por su identidad entre pasado y relato, sino porque busca recuperar el componente político de las ideas que le dieron forma a esos acontecimientos. La memoria fértil puede dar lugar a nuevas significaciones que abran otros modos de pensar y de actuar sobre la coyuntura a partir de la cual se rememora.